lunes, 15 de agosto de 2011

No hay tiempo

En estos días he estado pensando sobre el paso del tiempo. Dicen que es más rápido que antes. Hay una sensación de que todo pasa con tal rapidez que nos sentimos alcanzados para todo.

La expresión tan común: “No hay tiempo”, deja la sensación de que tenemos afán ante el rumbo de las cosas y al mismo tiempo queremos encontrar lo más relevante o prioritario en las búsquedas. El tiempo corre, viaja veloz, no existe para unas cosas pero si para otras.

Todo es así. Se vive en un segundo o se desvive, depende de los momentos, los encuentros, de las búsquedas, de los sueños, de lo que nos desvela, para seguir pensando en esa carrera loca, desolado por la búsqueda que no se logra. Es el camino de cada uno que se hace evidente al encontrarse con quien desvela la realidad que se pretende ocultar, el otro, los otros. Su rostro aclara el nuestro, por eso se le evade

Todo es así, vamos rápido.

Te miré en tu camino,

Iba en el mío, nos miramos,

Quisimos detenernos, no se pudo,

Estábamos en otra parte, en un punto distantemente impersonal y cosificado.

“No hay tiempo” es lo que se piensa, es lo que se dice, así es como se vive. Nos topamos en el camino pero sin encontrarnos, para seguir como desconocidos en la renuncia de los rostros. Es el tiempo de lo impersonal, de la muerte de las tertulias, de una liturgia comunitaria desvanecida por el espectáculo de masas en donde todos son unos extraños; verse sin reconocerse, desde una imagen prófuga, volátil, fantasmagórica.

Nuestros encuentros aparecen en la imagen televisada, en la novela dirigida, se desplaza la contemplación de tú a tú hacia la visualización de la imagen retocada en la pantalla chica, contemplando realidades de las que huimos como pasivos espectadores en cómodas butacas comiendo crispetas.

Hay tiempo para eso, siempre lo hay, para el olvido de sí. Solo somos prófugos, nos vemos a tientas, desde los vitrales como maniquíes impedidos por fronteras invisibles, desde los libros en que nos escondemos, desde las ocupaciones que nos inventamos, desde las ideas que vienen y van sin dejar huella pues mueren en la voz misma, o en la tinta que se desvanece antes de terminarla.

No hay tiempo para amar, reír o llorar. No hay tiempo para escucharnos. El acto de vivir hoy, apremia frente a lo más importante; lo que da nombre y renombre. Lo que deja la sensación de poder en medio de la contingencia, la apariencia de una calidad de vida en el ocultamiento del sufrimiento, la desbordante alegría ante serias experiencias de fracaso dan cuenta de que ha llegado el tiempo del ocultamiento del rostro, lo único que nos ocupa es retocar nuestro barniz de felicidad, lo demás no cuenta.

2 comentarios:

  1. Y Dios que nos dio el tiempo dice que hay tiempo para todo bajo el sol...

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  2. POR UN UNA SOCIEDAD DE LA COMUNICACIÓN

    La edad moderna, la revolución industrial y las esperanzas de progreso trajeron consigo la individualización del hombre; esto, que un primer momento se presentó como la forma más acertada para sacar a la humanidad de su letargo tecnológico y cultural, no pudo cumplir con sus directivas. Este proceso trajo consigo la desintegración humana de lo social.
    Mounier nos presenta en el capítulo sobre la comunicación, en su libro “el personalismo”, la unificación del universo personal como negación del todo individual y sus repercusiones en la comunidad. Esto se presenta como forma de rechazo a las banderas que absolutizan el individuo como foco de desarrollo social.
    Este proceso que se presenta como directivo en las sociedades trae consigo la aniquilación del otro como punto de encuentro personal y vital. Nuestro tiempo tiene mucho de eso, individuos aislados sin conexión con nadie, cada cual se desarrolla según sus criterios sin importar las repercusiones que puede tener las propias acciones; Esto justifica las injusticias sociales, el capitalismo despiadado, la abertura de las leyes nacionales al relativismo moral y el desmembramiento de la familia como célula activa de la sociedad, “los días consagrados a la guerra han sido muchos más que los consagrados a la paz” . De esta manera podemos enumerar un sin fin de fenómenos que hablan de la disfunción humana de las sociedades.
    Mounier hablará pues, que “se trata ahora de buscar su experiencia fundamental. Contrariamente a un difundida opinión… la comunicación.”
    Vemos pues que existe una separación entre individuo y persona. El individuo basa su existencia en la proyección propia de sus ideales; y la persona se presenta en función del otro y no de sí mismo. “si el primer cuidado del individualismo es centrar al individuo sobre si; el primer cuidado del personalismo, es descentrarlo en las perspectivas abiertas de la persona” .
    La pretensión personalista se nos presenta hoy con gran necesidad y urgencia, las sociedades se deslizan a gran velocidad hacia la desintegración por falta de una verdadera comunicación personal, en la que cada persona, es responsable del otro. No solo es el estado con una serie de leyes la que dictamina y se encargan de todas las dimensiones sociales (educación, cultura, economía, religión) anulando a si la responsabilidad personal del otro; es cada persona la que está llamada a salir de sí, al encuentro del otro, otro no como el que me limita, congela mi libertad, me condiciona, sino como el que me complementa y en quien me perfecciono amando.

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